REFLEXIONES EN LA BISAGRA: Días inertes, iras inanes, por Vicent M. B, – Septiembre 2012



Sara es una mujer liberada de muchas convenciones. Quizá de demasiadas. Parece que las teóricas andan ahora mareadas con la transición entre la segunda y la tercera generación del feminismo, y el otro día leía un resumen burdo en el que las fricciones se podían reducir a si el porno y las putas son opresión patriarcal o símbolos inequívocos de liberación.

A algunos les puede hacer gracia. Pero poca broma: por nimiedades más bizarras que esto, al Partido Comunista se le escindían cuatro células por trimestre en los 70.

Si le dedicara un mínimo de tiempo a la lectura reflexiva de temas de razón práctica, o de sociometafísica, o sabe Dios de qué, tal vez podría encuadrar fiablemente a Sara en alguna de estas corrientes. Corrientes feministas, no marxistas. Sería aquella en la que la mujer pasa directamente a actuar como un hombre, que supongo que estará más que definida y no habría que crearla ad hoc. Sara tiene la habitación tan desastrada como la de un hombre. Fuma, bebe y blasfema como un hombre y tiene una actitud frente al sexo típicamente masculina. Frente al sexo y ciertamente frente a la vida en general. De primeras puede llevar a engaño a los miopes que se fijen demasiado en su aspecto, por aquello de que no deja de ser una mujer coqueta, con el pelo largo, una nutrida colección de zapatos (con una alarmante ausencia de tacones, cierto) y unos pechos generosos que saludan simpáticos desde camisetas ceñidas y escotes pronunciados. A mí sin ir más lejos me confundió alguna vez que se quedó a dormir en mi cama, porque tenía el detalle de pijita de rebuscar en mi armario hasta que encontraba una camisa blanca con la que salir a desayunar al salón. Sin embargo, ella se ocupaba puntualmente de desfacer el entuerto cuando era yo el que dormía en su casa: después del polvo mañanero y, dependiendo del humor que se gastara ese día, un negociable desayuno acompañado, se liaba un canuto y se lo encendía en la cama cuando yo todavía estaba saliendo del piso. A mí, que durante años no me dormí a gusto si no me fumaba un porro después de cenar, el solo hecho de verla me agobiaba, por aquello de la perspectiva de pasarme toda la mañana con los pensamientos flotando en vaselina cannábica.

-Pero tía, ¿colocada ya de buena mañana?

-Eh, no me jodas, que yo una vez me has follado no te digo lo que tienes que hacer. Aparte, no se me ocurre nada mejor que hacer hasta la hora de comer.


Y Sara se pasaba el resto de la mañana desnuda entre las sábanas, ora dormitando, ora en dulce modorra tóxica. Yo me iba a casa, volvía a desayunar mirando la tele, me quedaba un rato absorto con la desesperante programación matutina del sábado y desperdiciaba las horas hasta que a mediodía, a medida que me asaltaba el hambre, se me iba ocurriendo lo que tenía que comprar en el súper. Al final, lo único que diferenciaba la mañana de Sara de la mía es que yo tenía la sensación de haber perdido la mitad del día y ella, dándolo por imposible de inicio, le había sacado al menos algo de partido.

¿Pragmatismo, cinismo, hedonismo, nihilismo? No lo sé. Pero era práctico.

Yo me abonaba a la creencia de que el tiempo serviría para algo y, pese a que la realidad se empeñaba en desmentirme machaconamente, no conseguía abandonarme a la despreocupada complacencia de Sara.

Sin embargo, últimamente noto algo del desengaño con las ilusiones que abanderaba Sara en mí mismo. Lo noto cuando veo a la gente en la calle gritando, levantando carteles, arrastrando pancartas, enarbolando un bebé en una manifestación con cara de desespero como preguntando qué va a ser de él. No hablo del trabajador despedido, del funcionario con el sueldo recortado, del profesor o el médico que alarma sobre la devaluación de los servicios públicos. Ellos tienen claro por qué luchan pero sobre todo tienen claros los objetivos concretos y palpables de su protesta: la descongelación del sueldo, una reducción de los relajados plazos que se toma la administración para sustituir bajas, una investigación sobre por qué el patrón ha cerrado una planta pero ha abierto otra en Marruecos. Algo. Ya no importa que sea tangible. Es que sea algo.

La gente, como Sara, está asqueada. Y toma las plazas, y patea adoquines a gritos, y rodea el Congreso. Y recibe hostias como panes de policías psicópatas, simplemente porque no soporta más. Pero parece que estén en fase de ira, cuando Sara hace tiempo que aceptó que las mañanas de sábado apestan. Por eso no se revuelve con la conciencia lacerante, porque entiende que no hay alternativa al tedio. Y así, parece que la gente no haya visto todavía que después de la ira, quizá, un día un diputado -o un consejero, o un concejal, o un ministro- les abrirá la puerta y, quizá, les preguntará qué quieren.

-Que esto se arregle.

-Ah, estupendo. Yo también. ¿Alguna idea?

Y llegará la depresión que siguió al 15M: vaguedades y lugares comunes entre las que apenas sí se consigue entrever una reforma de ley electoral o una exigencia de transparencia. Y después de la depresión, llegará la aceptación y el hachís sabatino. Porque los ejecutivos con manuales de máster de pago serán unos necios. Pero eso que sueltan recurrentemente de "no me cuentes problemas, cuéntame soluciones" es para escribirlo en letras de oro.

De todo esto, lamiéndonos las heridas de ciudadanos concienciados, jodidos y resignados (no necesariamente en ese orden) estuve hablando hace poco con Sara. Bajé a la lectura de tesis de un amigo y le pedí que me alojara. Nos cogimos, como es costumbre en este tipo de actos, una borrachera de las divertidas, vespertina, como de fiesta patronal, de las que se alargan desde la hora de comer hasta pasada la medianoche y se remata con sexo muy ebrio, muy sucio y muy desinhibido. Me desperté cuando las campanas ya tocaban el Ángelus sospechosamente solo para encontrarme a Sara en la cocina. En chándal, estaba metiendo botes de pisto recién hecho en una olla con agua hirviendo.

-Sí, tío, ahora hago conserva. Yo no hago viajes a casa de mi vieja una vez al mes como hacías tú, así que me las tengo que preparar yo. La semana pasada hice pechugas en escabeche. Hoy pisto. El sábado o el domingo que viene a lo mejor hago caldo de pescado y lo congelo.

-Joder, ¿y los sábados de peta y cama?

-Mira, cuando la cosa andaba sola podía hacer lo que me salía del coño. Pero estoy acabando la puta tesis. Y no puedo ni tirarme todo el finde fumada y no rendir a tope hasta el martes ni alimentarme mal, que de tanto bocadillo y tanta tapa el cuerpo se me pone fatal. Es lo que hay, ya lo decía Cicerón: situaciones desesperadas exigen medidas drásticas, no?

- Extremis malis, extrema remedia. Creo que es popular, no de Cicerón.

-No sé, puede. A veces el pueblo también sabe lo que se hace.

-Psé.

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