Cajón de sastre - La poesía como ficción - Raúl Molina - Febrero 2012



Cajón de sastre
La poesía como ficción
Raúl Molina - Febrero 2012

 
Anxiety (1894) 
de Edvard Munch (1863-1944)

Cuando nos acercamos a un poema lírico y tratamos de averiguar, con las dificultades que ello conlleva y suponiendo que se pueda averiguar, qué quiere decirnos el poeta con esos versos siempre tratamos de dar una explicación basada en la ideología que sabemos que tiene el autor, en los acontecimientos biográficos que rodean la creación, en los hechos históricos que se suceden durante la época en la que se prolonga la escritura… Es decir, siempre que tratamos de dar una explicación  lo hacemos recurriendo a datos extralingüísticos que no están presentes en el poema en sí, sino que más bien rodean al mismo y a su creación. No estoy diciendo que ello sea un error, yo mismo lo he hecho en la gran mayoría, o mejor dicho todos los artículos que he escrito aquí. Ni siquiera pienso que esté mal, pues es cierto que muchas veces llegaremos a buen puerto a través de este tipo de análisis. Eso sí, el hecho de pensar que todos los poemas son expresiones del estado de ánimo del poeta no induce a error en muchas ocasiones.
         La utilización de esos datos extralingüísticos nos lleva a dar interpretaciones relacionadas directamente con la realidad circundante al autor de la composición, o lo que es lo mismo, en ningún momento pensamos, ni por casualidad, que es probable que lo que se nos dice en esos versos sea una mera creación ficticia que nada tenga que ver con la vida del autor, sino que tan solo es su imaginación la que ha creado todo lo que se plasma en el poema.
         Abordemos este tema desde otro ángulo probablemente más cercano para la gran mayoría de lectores y de esta forma podrá ser mejor entendido. Imaginemos una obra narrativa cualquiera, me da igual que sea El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, una obra realista de Galdós o Blasco Ibáñez, una novela rusa del siglo XIX, el Ulises de Joyce, las novelas fantásticas de Tolkien, los cuentos de los hermanos Grimm… Siempre que abordamos la lectura de ellas lo hacemos pensando de antemano que nos encontramos ante una ficción narrativa creada por un escritor en su imaginación, pese a que puede o no tener una base real, unos personajes en parte reales o unos escenarios pertenecientes a este mundo. Siempre, siempre, abordamos la lectura como la introducción dentro de un mundo más o menos ficticio: más ficticio cuando lo contado se aleje mucho de la realidad y menos ficticio cuando se cuenta algo más cercano. Por ejemplo, una obra de Vicente Blasco Ibáñez como La barraca sería considerada por sus lectores contemporáneos como una historia poco ficticia, pues se muestra un mundo muy similar al que los rodea en su día a día, con unos personajes descritos de forma similar a sus vecinos ¿Por qué? Simplemente por el hecho de que de antemano y con toda la razón se enfrentan, nos enfrentamos, a la lectura de las obras narrativas como puras ficciones. Por supuesto, ello no quita que a través de esas historias ficticias se denuncien o cuenten situaciones del mundo actual o pasado, por ejemplo como ocurre con todas las novelas que actualmente se publican en torno a episodios de la Guerra Civil. Pero, ¿a que no tomamos esas historias como ciertas y reales sino como ficciones creadas por el escritor a partir de unos datos reales? Ahí es donde quiero ir a parar.
         Volvamos a la poesía. ¿Por qué abordamos la lectura de poemas líricos pensando siempre que se están contando los sentimientos y/o emociones de un yo lírico que normalmente identificamos con el escritor?, es decir, ¿Por qué pensamos que ese yo poético que aparece en los versos es el poeta?, ¿Por qué no leemos lírica pensando que no existe relación entre ellos? Se puede crear una obra lírica que plasme emociones y sentimientos en un yo poético que no tienen nada que ver con las emociones y sentimientos que tiene el autor, es decir, podemos crear poesía lírica ficticia, al igual que creamos obras narrativas ficticias. Por supuesto que el autor dejará algunos rasgos de su personalidad en los versos, al igual que los novelistas, dramaturgos o cuentistas los dejan en las historias que viven sus personajes. Eso es inevitable, pues todavía nadie ha creado un solo texto totalmente objetivo, ya que siempre aparecen las huellas del autor en uno u otro sentido.
         Por tanto, pensar que el yo poético es siempre el poeta es tan descabellado como pensar que Tolkien es Légolas, Frodo o Gandalf,  que Cervantes es Don Quijote y que Bram Stoker es el mismísimo Conde Drácula. Sin embargo tampoco debemos estar en la postura del extremo contrario y pensar que nunca hay coincidencia entre ellos.
         Teniendo claro lo dicho hasta este punto, considero que lo más conveniente es presentar una serie de ejemplos. Para empezar, me gustaría proponer un poema titulado “Albada” de Jaime Gil de Biedma, uno de los mayores representantes de la poesía española de la llamada Generación del 50, formada por aquellos poetas que nacieron poco antes de la Guerra Civil y cuya infancia se desarrolla en esta y los primeros años del franquismo. Su poesía bebe directamente de los poetas sociales, aunque su ideología literaria se aleja bastante de la denuncia social en sí:



ALBADA

Despiértate. La cama está más fría
y las sábanas sucias en el suelo.
Por los montantes de la galería
              llega el amanecer,
con su color de abrigo de entretiempo
              y liga de mujer.

Despiértate pensando vagamente
que el portero de noche os ha llamado.
Y escucha en el silencio: sucediéndose
hacia lo lejos, se oyen enronquecer
los tranvías que llevan al trabajo.
               Es el amanecer.

Irán amontonándose las flores
cortadas, en los puestos de las Ramblas,
y silbarán los pájaros -cabrones-
desde los plátanos, mientras que ven volver
la negra humanidad que va a la cama
               después de amanecer.

Acuérdate del cuarto en que has dormido.
Entierra la cabeza en las almohadas,
sintiendo aún la irritación y el frío
               que da el amanecer
junto al cuerpo que tanto nos gustaba
               en la noche de ayer,

y piensa en que debieses levantarte.
Piensa en la casa todavía oscura
donde entrarás para cambiar de traje,
y en la oficina, con sueño que vencer,
y en muchas otras cosas que se anuncian
                desde el amanecer.

Aunque a tu lado escuches el susurro
de otra respiración. Aunque tú busques
el poco de calor entre sus muslos
medio dormido, que empieza a estremecer.
Aunque el amor no deje de ser dulce
                 hecho al amanecer.

-Junto al cuerpo que anoche me gustaba
tanto desnudo, déjame que encienda
la luz para besarte cara a cara,
                 en el amanecer.
Porque conozco el día que me espera,
                 y no por el placer.

         Relacionemos este poema con lo dicho anteriormente. Nuestra intuición lírica
nos lleva a pensar que el protagonista del poema, el yo lírico que cuenta el mágico despertar al lado de la persona “que anoche me gustaba / tanto desnudo”, es el propio poeta, es decir, Jaime Gil de Biedma. Mi pregunta es: ¿Por qué debe ser él y no puede ser un personaje creado para ser protagonista de una historia ficticia? Pienso que no tenemos por qué pensar que el escritor y el yo lírico comparten identidad, ya que, pese a que en este caso puede ser así, también puede no serlo y en manos del lector las mismas pruebas existen para probar que sea Gil de Biedma como para probar que no lo es. Por tanto, las mismas razones tenemos para leerlo en clave ficticia como hacerlo pensando que es el poeta. Aunque nuestra intuición lírica nos lleve a hacerlo de esta última forma ¿por qué no contradecir a nuestra intuición?
         Quiero proponer ahora un poema de un autor de la misma Generación, Ángel González, cuyo título es “Cumpleaños”:

CUMPLEAÑOS

Yo lo noto: cómo me voy volviendo
menos cierto, confuso,
disolviéndome en el aire
cotidiano, burdo
jirón de mí, deshilachado
y roto por los puños
Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!

Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.


De nuevo la doble vía de interpretación. En esta reflexión sobre el paso del tiempo que
toma como pretexto para crearse el cumpleaños del yo lírico cabría preguntarse si las preocupaciones de este eran también del propio Ángel González o tan solo fueron una mera invención del poeta, que tuvo la idea de plasmar por escrito el miedo de un yo lírico a envejecer. De nuevo tenemos las mismas pruebas para probar una y otra cosa, por tanto de nuevo podemos leerlo como ficción o como plasmación de los sentimientos del poeta.
         Crucemos el Charco hasta Chile para leer al último Premio Cervantes de Literatura, Nicanor Parra:

CARTAS A UNA DESCONOCIDA

Cuando pasen los años, cuando pasen
los años y el aire haya cavado un foso
entre tu alma y la mía; cuando pasen los años
y yo sólo sea un hombre que amó,
un ser que se detuvo un instante frente a tus labios,
un pobre hombre cansado de andar por los jardines,
¿dónde estarás tú? ¡Dónde
estarás, oh hija de mis besos!

         En este breve poema epistolar, si atendemos a su título, el yo lírico se cuestiona dónde estará su amada cuando pasen los años y “el aire haya cavado un foso / entre tu alma y la mía”. Ese “ser que se detuvo un instante frente a tus labios”, puede no ser Nicanor Parra, como podemos pensar si le hacemos caso a nuestra intuición poética (¡maldita engatusadora¡). Comparemos: el yo lírico tiene las mismas posibilidades de ser Nicanor Parra que Vladimir Nabokov de ser Humbert Humbert, protagonista de Lolita.

      Mantengámonos en América Latina pero viajemos al primer tercio de siglo XX para proponer un poema de uno de los más grandes literatos peruanos, César Vallejo:



EL POETA A SU AMADA

Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.

En esta noche clara que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.
En esta noche de setiembre se ha oficiado
mi segunda caída y el más humano beso.
Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;
se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.
Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos;
ni volveré a ofenderte.  Y en una sepultura
los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.


         Demos un paso más en esta teoría. En este poema el título relaciona de forma directa a poeta y yo lírico: “El poeta a su amada”, ¿Es esto suficiente como para afirmar que esta correspondencia es perfecta? No, rotundamente. En literatura existe la autoficción, un procedimiento que provoca que autor, narrador y protagonista compartan la misma identidad, como por ejemplo ocurre en Soldados de Salamina de Javier Cercas, sin embargo estas obras no cuentan historias reales de sus autores. La propia palabra lo dice: autoficción, es decir, ficción propia, de y sobre uno mismo. En este sentido, muchos narradores introducen elementos autobiográficos en sus obras que hacen que compartan parte de su identidad con el protagonista y narrador de la novela, sin embargo, la gran mayoría de sucesos que se narran poco o nada tienen que ver con lo que realmente ha sucedido, lo que provoca una enorme cantidad de juegos entre ficción y realidad. Este mismo juego puede estar proponiendo Vallejo con el título haciendo creer que él mismo, el poeta, es el protagonista de lo contado a una amada que también existe o existió. ¿Por qué no pensar esto? Al fin y al cabo, ya sabéis que: las mismas posibilidades tenemos de afirmar esto que de decir que lo narrado es la expresión de una vivencia y unos sentimientos del poeta.
           

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